La raíz universal

He de confesar que antes de escuchar el último disco de Toñín Corujo, mi primera impresión fue de cierto asombro al contemplar la enorme significación de los títulos de las canciones. Los cortes estaban dedicados a personajes o hitos insustituibles de la historia de Lanzarote. Temas consagrados a Jesús Soto, Leandro Perdomo y Manrique, canciones para elementos básicos como el agua y el gofio, y hasta cortes con referencias a lugares tan emblemáticos como Mancha Blanca y Famara.

Sin embargo, los títulos de las canciones y del disco, Lanzarote Music, no responden a una ambición desmedida del autor lanzaroteño, sino a la lógica de un artista en plena madurez. Tras décadas de carrera como compositor, intérprete y educador, Corujo es un autor absolutamente consciente de que el compromiso riguroso con su propio trabajo le debe llevar a retos tan elevados como musicar la historia y la cultura de un espacio. Esto lo hace partiendo de un conocimiento previo de ese lugar, pero desde su propia sensibilidad, remezclando tradiciones locales al mismo tiempo que abriendo caminos a influencias de todas las latitudes.

Nada más lejos de mi intención que hacer un conato de crítica musical. Ya saben quienes me conocen que suscribo plenamente la frase del gran Fran Zappa: “Escribir sobre música es tan natural como bailar arquitectura”. No obstante, no me resistiré a hablar sobre esa manía tan extendida de poner apellidos geopolíticos cerrados a las creaciones culturales. No creo que exista una literatura de Lanzarote o una música de Canarias, ni un cine o una arquitectura española. Lo que existen son creadores atentos a su lugar y a su tiempo vital, personas permeables a referencias culturales de todo tipo y dispuestas a experimentar con ellas. Y existen también espacios, como Lanzarote, Canarias o España, donde viven multitud de sensibilidades y tradiciones más o menos compartidas e influyentes.

Pero fijar etiquetas geográficas o estilísticas a las creaciones puede ser absurdo y hasta contraproducente si se toman de manera muy dogmática, porque insertan prejuicios y estereotipos que influyen en su lectura e interpretación. A estas alturas de la globalización no tiene sentido, pero, en realidad, nunca lo tuvo.

No creo en ningún tipo de pureza excluyente respecto a lo humano, ya sea artística, social, racial o de cualquier tipo. La única pureza posible en la que creo es la que se reafirme en la mezcla como germen de su origen. Hasta lo más autóctono va a tener invariablemente una raíz universal porque, aunque cambie el escenario, el protagonista siempre es el ser humano.

Sin irnos muy lejos, la misma historia cultural de esta isla es pura mixtura. Con aborígenes del norte de África y redescubridores normandos y castellanos, Lanzarote fue también portuguesa y durante siglos tuvo más relación con Inglaterra que con la Península. Emigramos a África, Europa y Sudamérica, y probablemente lo volveremos a hacer. Nuestro español es más sudamericano que europeo y palabras tan endémicas como jable o geito son de procedencia francesa o portuguesa. Hasta nuestros apellidos lo demuestran. Betancourt es de origen francés, Topham irlandés, Lasso maltés, Spínola italiano… En un archipiélago tricontinental lo vernáculo casi siempre es de raíz internacional. Puede resultar paradójico pero la insularidad implica tanto aislamiento como apertura total a todo aquello que traiga el océano. No se le pueden poner puertas al mar.

Sociedad y cultura se forman por acumulación, capas y más capas que no se solapan sino que se suman complejizando y enriqueciendo las identidades colectivas. La música también se forma de esa manera y el disco de Toñín Corujo y del grupo de músicos que le acompaña es otra pieza más en esta construcción colectiva del imaginario y del “sonidario” de un lugar y un tiempo. Una pieza nueva y muy valiosa para la mixtura cultural de Lanzarote, Canarias, España y del resto del planeta. Después de todo, la música es el lenguaje más universal, un canal de comunicación que más que códigos cifrados lo que trasmite son emociones.